Ronnie James Dio ese pequeño gigante señalaba con su dedo al vacio, sus gestos empuñaban historias de cielo e infierno, de niños abandonados, de doncellas y caballeros; sustentado en la prodigiosa voz regalada por los Dioses y perfeccionada por él. Abajo del escenario, en un sitio poco digno para la leyenda Black Sabbath y para la gente, todos se hallaban despojados de las vestiduras del ego, libres de linajes se incrustaban en la miel o el aserrín de ese arte presentado la noche del 5 de mayo del 2009 en Bogotá. Nadie imaginaba que Dio, inventor del “mal de ojo”, inspirador de nuevas generaciones de músicos, se iría en pleno 2010, luego de batallar contra la consumidora enfermedad. Se fue pero antes nos hizo felices por la única y última vez, se fue pero antes nos hizo llorar de alegría, se fue pero dejo en las paredes del coliseo las cuerdas libertadoras de su voz, la humildad, y la consecuente lucha para que desde niños fuéramos criados con amor, para que “no habláramos con extraños”.
En la ruta del Rock me he topado con varias cosas aprendidas empíricamente, entre ellas capturar imágenes. De profesiones varias no todas tituladas, soy feliz cuando mi cámara se echa a rodar, con la única intención que los protagonistas de estas historias en vivo, recuerden cómo ser felices. Colombia netamente tropical saturada de sonidos bailables, donde se negó la opción a otros igual de relevantes, tomar de nuevo esos pasajes, obtura la memoria dibujando una sonrisa, producto del corazón.
sábado, 11 de diciembre de 2010
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