Es normal entrar a una cocinería (restaurante) y escuchar al mesero comentar la canción de Faith No More que suena en la radio. Es normal ver poleras (camisetas) ensambladas en una familia entera, culto a su banda favorita. Es normal ver periodistas argumentando en sana discusión sobre folk, country, progresivo o metal. Es normal que alguien tienda su mano a otros para que por primera vez vivan de verdad su pasión por la música, en un lugar apropiado. Este niño chileno crece entre todo esto, entre un arsenal de sonidos mucho antes de nacer, por eso es natural verlo disfrutar en medio de 50 almas, un festival de nombre Maquinaria en pleno 2011. Asombrarse, divertirse y jugar con emociones como el juguete que permanece en casa y nunca se va. No huye porque siempre está presente desde el vientre, cuando se extravía sus padres juntan fuerzas y lo recuperan; porque saben de aquella preciosa sensación que solo produce el rock. Porque saben que cuando choca sus manos para agradecer, lo hará eternamente, incluso dentro de su propia casa.
En la ruta del Rock me he topado con varias cosas aprendidas empíricamente, entre ellas capturar imágenes. De profesiones varias no todas tituladas, soy feliz cuando mi cámara se echa a rodar, con la única intención que los protagonistas de estas historias en vivo, recuerden cómo ser felices. Colombia netamente tropical saturada de sonidos bailables, donde se negó la opción a otros igual de relevantes, tomar de nuevo esos pasajes, obtura la memoria dibujando una sonrisa, producto del corazón.
viernes, 30 de diciembre de 2011
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